Dejar de lado sus sueños para casarse con el actor australiano Chris Hemsworth en una mansión en Australia, tener con él tres hijos, disfrutar de una vida de lujos y comodidades viajando por el mundo, desfilando por alfombras rojas, haciendo alguna película de vez en cuando y bastantes campañas de publicidad no debe de haber sido un camino especialmente pedregoso para Elsa Pataky.

Su marido recibió el pasado 23 de mayo en Los Angeles su estrella en el Paseo de la Fama acompañado por su familia y por otras estrellas de Hollywood como Robert Downey Junior o Anna Taylor-Joy.

En su discurso quiso agradecer públicamente a su “preciosa” esposa española su apoyo y el haber estado a su lado “sin descanso” durante los últimos 13 años. “Nunca olvidaré que dejaste a un lado sus sueños para apoyar los míos, por lo que siempre estaré en deuda contigo”, aseguró.

Internet tardó poco en inundarse de aduladores elogios a las “emotivas” palabras “llenas de amor” que dedicó a la actriz y también de algunos comentarios que cuestionaban por qué son ellas todavía hoy quienes renuncian.

Cualquier mujer que viva en un ámbito laboral estricto alejado de los focos hollywoodienses podría pensar que, quizás, hablar de sacrificio puede implicar sobredimensionar la situación de la privilegiada pareja.

No obstante, y dejando a un lado las diferencias entre los sueños de las celebrities y del común de los mortales, ¿por qué seguimos festejando y normalizando que una mujer deje en un segundo plano su vida profesional en pro de la de su marido? ¿Qué parte de ese discurso exactamente es tan maravilloso?

Según un artículo publicado por Harvard Business Review en 2014, las graduadas de la prestigiosa universidad de Massachusetts que fueron encuestadas coincidían en que si no habían tenido una carrera profesional plenamente satisfactoria no había sido por renunciar a su trabajo por los hijos, sino por haber dado prioridad a la carrera de sus parejas. ¿Les suena? ¿Conocen a alguien así?

El pasado 17 de mayo, Forbes Women celebró en Granada la I Edición del Summit Mujeres Influyentes de Andalucía en la que participó entre otras emprendedoras Rocío Medina, presidenta del Grupo Medina, un conglomerado con más de 650 empleados que exporta productos hortofrutícolas desde Huelva a 75 países.

Durante la ponencia sobre el desarrollo económico de la región, la CEO relató las dificultades que afrontó hace 30 años hasta que su padre accedió a dividir la empresa entre su hermano y ella, y también lo “duro” que ha sido pasarse los años teniendo que responder a preguntas que nunca le harían a un hombre en su posición, como la incesante: “Oye, ¿y tú llevas esto sola?”.

Vivimos en una sociedad en la que, aún en el año 2024, resulta necesario perder el tiempo rebatiendo a quienes niegan que existan desigualdades, o peor aún, a quienes deslizan que si alguien está en desventaja es el hombre. Los avances en materia de igualdad en España son recientes y graduales. No siempre bienvenidos. Y lo que hace 10 años era aceptable en nuestra sociedad ahora lo vemos con ojos más críticos y conscientes.

Elsa Pataky se ha visto obligada a salir al paso de las palabras de su marido defendiendo que él es “feminista” y que ambos tomaron una decisión personal por el bien de sus hijos, pero también admitiendo que ha sido ella la que ha renunciado porque normalmente somos nosotras quienes tenemos “más sentimiento” de culpa.

A pesar del valor proclamado de la igualdad, seguimos enfrentando contradicciones con las prácticas sociales, donde las mujeres experimentamos diversos grados de desigualdad, dependiendo de la organización y la corresponsabilidad en el hogar. Diferencias que aumentan en ese instante en el que una de nosotras opta por dar un paso atrás porque él es quien tiene que brillar. Un momento que, incluso alguien “feminista” como Chris Hemsworth, considera que hay que elogiar y no eliminar.